miércoles, 28 de octubre de 2009

Tractor II, el retorno

"Huevo", los inicios
California, EE.UU., septiembre de 2008


Cris se fue a pasar tres meses en California para currar en una empresa del Silicon Valley (no confundir con Silicone Valley). Como yo soy como una pelota de trapo: no reboto una, me decidí a visitarlo tres semanitas aprovechando para cruzar el charco por primera vez en la vida. Aterricé en San Francisco y Cris me esperaba con un coche alquilado. Coche alquilado al que llamaremos desde ahora "Huevo". ¿Por qué Huevo? porque tiene forma de huevo. El modelo es un Chrysler Cruiser no sé qué más con fehaciente aspecto hueviforme. No arruguéis el morro porque si el Beetle era el Beetle, éste es Huevo y punto. No suena peor "huevo" que "escarabajo", es sólo que estáis menos acostumbrados.

El caso es que nos subimos en Huevo y nos fuimos a conquistar San Francisco. Emocionada que iba yo con pisar por primera vez los States que tardé en darme cuenta de que el interior era todo afelpado, de color beige suavito, con textura de peluche. "Algo así debe ser el útero materno", pensé yo. Más adelante caí en la cuenta de que enfrente mío (copiloto) había una barra horizontal. La miré como mira un mono una raíz cuadrada y la única utilidad aparente que le vi fue o la de toallero o la de barra para practicar ballet. Desestimé cualquiera de las dos opciones porque ni tenía el coche piscina ni el habitáculo era lo suficientemente alto para poder subir la pata. Colgué mi chaqueta en el toallero y me relajé mientras recorríamos la ciudad.

Cris tiene un pequeño defectillo (tara) a la hora de conducir: no ve los semáforos. Eso te permite llevar una cómoda vida en lo que conducción se refiere en Puerto Deseado, pero te puede joder vivo en San Francisco. De ahí que cuando coge el coche en ciudad, pongo ojos de lechuza y grito cada minuto y medio "roooojo" al que le acostumbra a seguir su réplica "pero si ya lo he visto, Trini". Para decir verdad le sigue más un "ya lo ví, che", que seguramente en su cabeza sea un "callate". Tras uno de mis "rojoooo", Cris paró y, al arrancar, lento porque no sabíamos muy bien donde íbamos, un taxi situado detrás nos pitó y nos adelantó a toda pastilla, poniéndose delante nuestro y frenando en seco aposta, con lo que chocamos. El taxista, para más inri, nos insultó mientras se alejaba haciendo el típico gesto de "que os jodan" con el dedo. Por suerte, mi nivel de inglés no fue suficiente para entenderlo. Nosotros nos quedamos ahí con cara de "cómooooor" y paramos a ver si el coche estaba bien. Efectivamente, pese a que le habíamos pegado bastante fuerte, no nos había pasado nada ni al coche ni a nosotros. Tras el incidente, por supuesto, adoramos a Huevo, por su "entereza" y proseguimos.

Días más tarde, camino del Parque Nacional de Yosemite, Huevo pinchó una rueda justo en una incorporación a la autopista. Así que ya nos véis a Cris y a mí cambiando una rueda con megatrailers pasando a un metro. Le pusimos la rueda de repuesto y proseguimos viaje. En todo el fin de semana no encontramos un sitio donde reparar la rueda pinchada, así que hicimos unos 300 kilómeteros con lo que los estadounidenses llaman rueda "donut", porque no es mucho más grande que un ídem.

Dos semanas después estábamos devolviendo a Huevo a la empresa de coches de alquiler sabiendo que con él, se iba sin duda un trozo de nosotros. Gracias, Huevo, por resistir.

Foto tras llegar a 40 por hora del viaje a Yosemite donde podéis ver a Huevo y a Donut


"Tractor I", o "antes lo digo, antes se lía..."
Puerto Deseado, Argentina, marzo de 2009


"Este coche es un tractor", dice Norberto, padre de Cris, al entregarnos las llaves de su coche, refiriéndose a la robustez del mismo. Un Renault Clio con el que recorreríamos la Patagonia hasta llegar a Calafate y Chaltén, bien al sur. Horas después del vaticinio de mi querido suegro, tractor nos deja tirados en la cuneta. Por suerte, la avería se debía sólo a un manguito (que junto a "junta de culata" y "cigüeñal" es mi parte del coche favorita) y tras unas horas podemos volver a ponernos en marcha.

Gracias, Tractor, porque sin tí Cris no me hubiera podido echar esta foto frente al Perito:


"Tractor II", the Australian power
Newcastle, Australia, octubre de 2009

Bien, pues todos estos prolegómenos son para hablar de nuestra más reciente adquisición: un coche, al que no hemos dudado en apodar "Tractor II", porque ya apunta maneras. Tractor II es un Toyota Camri de 1986, que no tiene de ná, pero a la vez tiene de tó. Os explico: tiene cierre centralizado, pero sólo para las puertas de delante. Tiene aire acondicionado, pero está roto. Tiene pasada la ITV (Inspección Técnica de Vehículos) pero sólo hasta marzo. Y venía con una tabla de surf del antiguo dueño, pero es de tamaño "profesional del surf", vamos, que dos "patatas del surf" como nosotros no hacemos nada con la tabla de momento.

Lo mejor de Tractor II es sin duda su precio: 200 dólares australianos, alias 120 euros, alias 700 pesos. No está nada mal, ¿eh?

Tractor II es una proeza de la ingenieria motorífica: tiene 4 ruedas, una antena de radio larguísima que cuando uno enciende la radio sube a lo "arriba el periscopioooo" y tiene ¡una pegatina de un burro català pegada al lado de la matrícula! Cuando lo vimos, no nos lo creíamos, pero se ve que el ex-ex-ex dueño compró la pegatina cuando fue de vacaciones a Barcelona (aquí todo cristo ha ido a Barcelona), se la pegó al coche y, por casualidades de la vida, ha acabado en manos de una catalana. Muy fuerte me parece.

Con Tractor II, alias "El retorno. Volví para quedarme" me dispongo a conquistar a medio-largo plazo Australia y, a corto, los alrededores de mi casa. Los que no sepan que yo conduzco, collejón. Bueno, no, los que no sepan que yo conduzco, normal, porque me saqué el carné de conducir hace tres años con el único objetivo de que me dejaran de decir en modo bucle: "sácate el carné, sácate el carné", con sus múltiples variables: "...que eso siempre va bien", "...que mira que lo mismo lo necesitas para trabajar", "...que si algún día vas con alguien al que le da una angina de pecho y quedas atrapada en arenas movedizas, no sabrás sacarlo". Ni que fuera yo Atreyu. Total, que como me lo saqué para que todo mi entorno cerrara la boca y pasara a preguntarme lo siguiente en la lista (creo que como ya había acabado la carrera, lo siguiente era, "¿... y no te echas novio? " ) pues no he conducido desde entonces. Es lo que pasa cuando una hace las cosas sin ganas.

Cris, por suerte, ahora que me he animado a coger el coche, ha tenido a bien darme unas lecciones en un polígono industrial cerca de casa, donde no hay muchos coches ni nadie puede resultar herido de consideración. Llevo sólo tres clases pero lo genial es que como no conduje nunca más que para sacarme el carné no tengo vicios cogidos y me resulta igual de difícil conducir por la derecha que por la izquierda.

Gracias, Tractor II, por ser "nuestro primer coche". Te queremos. No te mueras nunca. Norber, por favor, no abras la boca ;)

Preciosos acabados dan al Toyota Camri una apariencia sport nada desdeñable. El color: chocolate con churros.
Interiores de excepción combinan practicidad y confort como nunca antes se vió en un coche. A la izquierda, el no-aire acondicionado.
La introducción del burro català en Australia, vía matrícula, es sólo el principio para que un día forme parte del escudo de esta tierra, junto al canguro y al emu. Te lo dedico, Núr.

martes, 13 de octubre de 2009

Lo nunca visto

Hace un par de semanas fuimos a las más que famosas Blue Mountains, unas montañas a una hora aproximadamente de Sydney, que son una de las mayores atracciones turísticas que hay por los alrededores, sobre todo si te gusta el aire libre, el senderismo y estas cosillas.

En Newcastle nos hemos echado un amiguete, un chico vasco de nombre Joseba, que nos lleva a todos lados con su coche y se ríe cuando Cris y yo nos ponemos en versión Pimpinela. Vamos, un primor de chaval con más paciencia que un santo.

Con él nos encaminamos a ver estas montañas el viernes noche haciendo parada en Katoomba, que es el pueblo más cercano a las susodichas montañas, para dormir y aprovechar el sábado.

El hotel, de nombre Hotel Gearin prometía mucho. Un hotel grande a la entrada del pueblo, un montón de gente esperando en la puerta para entrar a un concierto hip-hopero que se hacía en una de las salas del hotel. Parecía el sitio de moda. Nos hicimos hueco entre la gente y llegamos a la recepción. Recepción cerrada obviamente porque aquí a las 4 de la tarde lo cierran todo. Así que nos fuimos a la barra del bar del hotel y el camarero, entre cubata y cubata, servido que no tomado, nos dio las llaves.

Nos dirigimos a las habitaciones y conforme subíamos escalones el sitio me empezaba a sonar familiar. Tuve una especie de déjà vu. Sí, ese sitio me transportaba a otro lugar, un lugar de película, concretamente el hotel de El Resplandor. Recordé entonces la frase que ponía en la entrada del hotel: "Gearin Hotel, established in 1881/Hotel Gearin, creado en 1881", a la que le faltaba añadir "y no tocado desde entonces".

Al cabo de unos minutos de recorrer pasillos, llegamos a una salita de estar que me hizo desestimar mi símil sobre El Resplandor y optar por describirlo más como una casa Okupa, con sus goteras en los pasillos, su moqueta hecha mierda e incluso sus puertas tapiadas. Del tipo que te hace pensar que hace poco hubo un asesinato ahí dentro. No le faltaba un detalle.


Por suerte teníamos sueño y decidimos pasar de esta preciosa sala de estar para directamente disfrutar de la suite, que bautizo desde ya como "Suite Halloween".


No sin antes visitar la de Joseba, que era sin duda de temática "La Fuga de Alcatraz".



Al comprobar que nuestras habitaciones daban mucho miedo, decidimos distraernos un poco en el bar del hotel antes de dormir. El bar molaba mucho: tenía mucho ambiente, musiqueta en directo, infinitos tipos de cerveza, billar y pinball... que sé que no es nada a remarcar de un sitio y que, en todo caso, resta pero a Cris le pirran los pinballs.

Ahora viene la parte buena: amo el concepto de hotel australiano. A ver, que se me entienda, no amo que se te caiga el techo a trozos y tener la sensación de compartir habitación con millones de ácaros, pero en este país hay un montón de hoteles con mucha personalidad, grandes, cuya planta de abajo es un bar enorme donde cada noche hay música en directo. O sea, que la mayoría de los pubs conocidos de Newcastle, por ejemplo, son en realidad la planta baja de un hotel. Ese concepto de hotel es una pasada y no lo había visto nunca antes de llegar a Australia.

Así que nos tomamos una birrita y nos fuimos a dormir... quien pudo, porque justo abajo de la habitación de Joseba estaba el concierto y hasta le vibraba la cama.

Nos reunimos al día siguiente para empezar nuestro día en las reputadas Blue Mountains. Ahhhh, qué placer poder disfrutar de un finde rural, caminando por la montaña mientras hace fresquete. De ese fresquete bueno de montaña. Del que se cura con abrigo y café con leche. Y llegar cansada a dormir y caer redonda y no despertarse hasta 10 horas después.

Pues aquí están las Blue Mountains para que las disfrutéis tal y como nosotros lo hicimos. Esto es lo que vimos desde el mirador.


Aquí una servidora señalando la mayor de las atracciones de las Blue Mountains que se llama The Three Sisters/ Las tres hermanas y que consiste en tres rocas enormes una al lado de la otra (o eso pone en el folleto) y que tendréis que esperar a mi próxima visita al lugar para ver.

En fin, como se puede observar, no vimos un carajo. El tiempo fue tan horrible que entre la niebla y la lluvia no se podía hacer nada. Eso sí, nos pegamos unos homenajes gastronómicos de aupa, cosa que siempre ha caracterizado nuestros findes rurales.

Debo decir que no habíamos hecho maldito caso a la previsión meteorológica, que decía que el tiempo iba a ser así de malo o peor incluso. Así que la culpita fue toda nuestra. Pero quién iba a pensar que aquí el hombre del tiempo acierta?

Ante el no-espectáculo de las Blue Mountains, nos encaminamos hacia Sydney para dar una vuelta. Y qué decir de Sydney? Pues que Sydney mola mucho: tiene un puerto guapísimo, hay siempre cosas que ver, festivales a los que ir, música por todos lados, no da miedo... pero eso sí, es menos kitsch que Katoomba, desde luego.

viernes, 2 de octubre de 2009

Inglish pitinglish. Volumen I: Sangre y fuego.

Trini llega a Newcastle, Australia. Trini no tiene trabajo. Trini no entiende a los australianos, que hablan como un estadounidense comiendo polvorones. Trini se caga en la reina madre de Inglaterra. Trini decide apuntarse a todo lo que se ponga por delante que conlleve aprender inglés. Trini acaba en los más variopintos lugares que enumerará en la serie Inglish Pitinglish.

Empiezo por el más tremendo con diferencia:

Hermanos, la Salvation Army, más conocida en castellano como El ejército de Salvación, me ha acogido en su seno. Sí señor, esta organización religiosa con nombre apocalíptico y que se dedica a hacer varias acciones benéficas tiene un nuevo miembro: aquí la menda lerenda. Bueno, no hace falta exagerar, no soy miembro, sólo voy una vez por semana a unas clases de inglés gratuitas que imparten en su mayoría profesores de inglés retirados reconvertidos en jubiletas-voluntarios encantadores que no sacan para nada el tema de la religión, a dios gracias.

El primer día de clase, llego a la puerta de la Salvation Army y me encuentro lo siguiente:

Es decir, un escudo colgado de la fachada que reza ¨Sangre y Fuego. El ejército de Salvación¨. Un escalofrío me recorre el espinazo.

Entro y le pregunto al primero que me encuentro sobre las clases de inglés. El primero que me encuentro es Bruce, un hombre mayorcete que está en la recepción. Bruce, la versión australiana del abuelo de los Werther's, me empieza a hacer una batería de preguntas que van desde el ya trillado "¿Cómo te llamas?" al sorprendentemente nuevo "¿En España se habla portugués?". Se las contesto y veo que empieza a sonreír. Tras la sonrisa, me hace otra pregunta pero esta vez multiplicando por mil su velocidad al hablar. Tuerzo la boca y le digo ¨Excuse me, can you repeat your question?/ Perdone, ¿me puede repetir la pregunta?". Bruce se empieza a reír como una hiena y me confirma lo que no hacía falta ser Sherlock Holmes para darse cuenta: me está intentando hacer una prueba de nivel de inglés a traición. Le sonrío mientras dulcifico mi gesto ladeando la cabeza a lo niño en la foto de su primera comunión para ver si consigo que me tenga un poco de piedad. Me repite la pregunta, esta vez entiendo, le contesto. Y vuelta a otra pregunta, y vuelta a hablar como si perdiera el bus y así 10 minutos, tras los que me dice: "your English is good/tu inglés es bueno". Entonces yo me acuerdo de mi santa madre (un saludo desde aquí, mamá), que me pagó un montón de clases en la academia Victoria de inglés. Me acuerdo de mi madre y de sus lentejas con chorizo aunque son las 9 de la mañana... parece que hasta las puedo oler y todo.

Y ahí estoy yo rememorando placeres culinarios cuando Bruce procede a darme una tarjetita con un imperdible donde tengo que poner mi nombre porque él no se ve con valor. Yo si no fuera por Bruce Springsteen y Bruce Lee tampoco sabría poner el suyo, así que no lo culpo. Me coloco la tarjetita en un lugar visible. Bruce me enseña donde puedo sentarme y sonríe. Bruce me gusta porque siempre sonríe.

A la espera de que empiece la clase, oteo al personal. Es como el chiste aquel de "Había una vez un inglés, un francés y un español", pero en exótico: un tailandés,una vietnamita, dos coreanos, cuatro chinos, dos japoneses, una nepalí, dos italianos, un peruano y una servidora. Las nacionalidades está claro que las supe después, de entrada solo me pareció como un anuncio de Bennetton.

Empieza la clase, que hacemos en grupos pequeños según el nivel de cada uno. Yo estoy con una profe particular sudafricana que es un primor. Tras tomar un té con pastas a la hora y pico, prosigue la clase pero esta vez todos juntos y capitaneados por mi querido Bruce. Como los niveles de inglés son muy diferentes en esta parte de la clase se aprende desde el ABC del idioma hasta el poder concatenar tres frases seguidas. Lo del ABC del idioma no es una manera de hablar, que el primer día aprendimos el abecedario en inglés, acompañados a la guitarra por el doble del doctor Green de la serie Urgencias.

Y así acaba la clase de hoy, conmigo cantando la canción del abecedario a grito pelao y haciendo playback al llegar a la jota y a la equis porque no me acuerdo nunca cómo se dicen.